La escritora peruana Cecilia Podestá ha estado durante un tiempo en medio de un paréntesis de silencio. Es hora de salir y enfrentarse al espejo otra vez. En este perfil la poeta habla sobre literatura, proyectos, infancia y su terrible pero fascinante batalla con el lenguaje. 
animal del lenguaje


Escribir y leer para Cecilia Podestá fue siempre un asunto de desesperación. Cuando era pequeña rayaba garabatos en sus pequeños cuadernos con la ansiedad indómita de que algún día emergieran de aquellos trazos informes alguna palabra legible.

Sus primeras lecciones de lectura sucedieron ante el asombro y el terror de los titulares de las noticias y los letreros en las calles de su Ayacucho natal, una ciudad sumida en la desgracia del terrorismo. Asesinos, cochesbomba, Sendero luminoso y muerte fueron las primeras palabras que Cecilia aprendió a leer. Todas se repetían constantemente ante sus ojos, todas comenzarían a forjar un imaginario que la literatura de Cecilia escruta salvajemente. 

- Era una ciudad muy violenta –recuerda Cecilia-. Era un infierno. Yo salí a los siete años de ahí y me convertí en una migrante más, como muchos de los que dejaron sus ciudades porque Sendero luminoso y los militares se encargaron de destruir el país completamente.

Pero no solo la ciudad era violenta, su casa también lo era a través de la figura de su padre, “el típico ayacuchano machista y golpeador” que se quedó en su ciudad cuando Cecilia partió junto a su madre y su hermana hacia la casa de sus abuelos en Lima en busca de refugio.

Cecilia tuvo que aprender a leer, no una sino tres veces. La primera a través de los letreros que sin ayuda de nadie intentaba descifrar; la segunda a través de la formalidad de la escuela; y la tercera “por la necesidad absoluta de poseer el lenguaje de los otros”. Pero lo que hizo realmente difícil el aprendizaje de la lectura en Cecilia fue su dislexia, un trastorno que altera la capacidad de lectoescritura haciéndole confundir el orden de las palabras.

- La vida literaria se me hizo muy difícil. Creo que me hice lectora y escritora porque soy la persona más terca del mundo. Cuando me dicen “no” es peor. Cuando era niña soñaba con escribir, quería hacerlo, pensaba que tenía muchas cosas qué decir. La dislexia te da también otras lecturas. Leer era mucho más difícil que escribir para mí. Yo escribía como una salvaje. Escribía así porque tenía tantas cosas qué decir, tanta rabia, tuve una infancia violenta y soy una persona violenta, me he controlado pero esa pulsión está ahí. No necesitaba escribir bonito, solo salía el monstruo que tenía adentro.

No necesitaba escribir bonito, solo salía el monstruo que tenía adentro.

Las primeras cosas que Cecilia recuerda haber escrito “como una salvaje” fueron cartas amorosas al padre ausente, “cartas de una niña que extraña a su padre pero que con el tiempo va sabiendo que no tenía que extrañar nada, que en realidad estaba mucho mejor sin él”.

Su madre la tuvo a los 18 años de edad, leía mucho pero no pudo ir a la universidad, su ocupación inmediata fue Cecilia. Trabajó como bibliotecóloga y ha trabajado en el congreso hasta entonces en la unidad de transcripciones. Pero el verdadero acercamiento hacia la literatura sucedió a través de su abuelo, quien se convertiría en su verdadero padre y de quien guarda el último tacto –murió hace tres meses-, a través de un tatuaje en su mano izquierda, justo en el lugar donde él acarició a su nieta por última vez.

- Mi abuelo tenía un montón de libros y para mí eran como ventanas cerradas que yo abría con mucha dificultad por mis problemas para leer.

En ese recorrido infinito por los libros, Madame Bovary fue en su adolescencia un descubrimiento asombroso.

- Yo decía “cuando crezca prefiero eso”. Sí, prefiero vivir así que estar atada a un esposo que nunca me dará orgasmos. Pero yo estuve casada durante cinco años y fui muy feliz. Pero no creo en las relaciones para siempre. Se cumplió el ciclo y se acabó. Hijos no pienso tener porque no quiero un ancla a un mundo que no respeto. Para mí este planeta está cagado. Ya somos walkers como en The Wlaking dead, solo que todavía no se nos cae la piel. Además necesito tiempo para mis proyectos. Me encantan los niños pero que se reproduzcan mis amigos, yo no.

A los 19 años Cecilia quedó embarazada y abortó. Desde entonces comenzó a escribir artículos pro aborto y se inició en el activismo, al que le dedicó mucho tiempo desde las trincheras de la prensa y la performance.

Para mí este planeta está cagado. Ya somos walkers como en The Wlaking dead, solo que todavía no se nos cae la piel.

El oficio


Su fascinación por los libros la condujo a ganarse la vida desde sus 22 años en el oficio de la edición. Su primera editorial, Tranvías, fue un desorden como ella misma lo define, un desorden voraz con el cual editó aproximadamente 50 títulos con el único criterio del placer.

- Yo leo un libro, me gusta y lo edito. Si el libro me dio vuelta y media lo edito, si me dan permiso bien, si no saco 20 ejemplares y los regalo a mis amigos.

Fue hace unos 12 años cuando creó Tranvías, “en la época en que la meca de las impresiones estaba en el centro de Lima”, cuenta Cecilia.

- Al principio fue difícil porque soy mujer, además tengo la piel clara y la gente en este país es muy racista en todos los sentidos. Los impresores todos son hombres, fornidos y machistas. Me preguntaban si quería imprimir y me decían que no iba a aprender. Muchos de ellos ahora son mi familia por extensión. Es un mundo increíble, alucinante, amo el ruido de las máquinas, toda esa gente trabajando sin parar. En las imprentas cuando hago libros me siento Hulk.

En las imprentas cuando hago libros me siento Hulk.

Pero el desorden de su primer sello era una extensión del punto de quiebre que para el momento estaba atravesando en su vida personal. Fue a terapia, necesitaba una pausa. Después de hacerlo cerró Tranvías y abrió Máquina purísima, “un sello mucho más ordenado, más limpio”, con el cual ha editado en tres años obras de autores como Luis Fernando Chueca y Toño Cisneros.

- No termino de sentirme editora, me gusta sentirme más como diseñadora de esas cajas que contienen los lenguajes más increíbles del mundo. Yo no soy diseñadora, no sé usar el Photoshop por ejemplo, pero me gusta diseñar, es como hacer un homenaje a los libros que me gustan.

Los laberintos ficcionales de Cecilia Podestá


Hasta el momento Cecilia ha publicado los poemarios Fotografías escritas (2002), La primera anunciación (2006), Muro de carne (2007), Desaparecida (2008), Vía crucis en Chepén (2010); los libros de cuentos La cabeza sobre el pasto amarillo (2011) y La orina tibia de tu cuerpo (2013); y las obras teatrales Las mujeres de la caja y La repisa de los juguetes vacíos. Además mantiene un blog en esta plataforma llamado Dinosaurios de Latón y ha dedicado años a la prensa cultural y a la escritura de testimonios.

La escritura ha sido siempre para Cecilia una necesidad convulsa y voraz. La poesía es para ella subversión, la narrativa orden, ambas la posibilidad de hacer de la violencia algo más que muerte y miedo.

Escribir narrativa es una transgresión personal que disfruto mucho

- Mi narrativa me permite una violencia que la poesía no. La poesía claro que me permite violencia pero la narrativa me permite ser más explícita, más sucia, más agresiva. De mi poesía muchos dicen que es un poco fuerte, sin embargo cuando escribo poesía me siento tranquila a pesar de que lo que esté escribiendo sea una monstruosidad. Cuando escribo narrativa se vale todo, es como si pudiera subvertir mi propio lenguaje. Escribir narrativa es una transgresión personal que disfruto mucho, he publicado dos libros de cuentos y han dicho de ellos que soy una puerca, enferma, sucia y todo lo demás. La narrativa me permite esa agresión: subvertirme a mi misma.

La crudeza de su poética se ha desbordado en su narrativa y en su dramaturgia pero al mismo tiempo la ha metido en un gran embrollo, en un laberinto de espejos que algunas veces se le hace insoportable.

- Tengo un problema con la ficción. Yo no creo en Dios, sí creo que hay algo que mueve las cosas y ojalá que las mueva bien, pero mi mayor temor es que todo sea un libro y que seamos un libro abandonado, es decir, pienso que cuando tu vida no tiene intensidad es porque no te están leyendo, entonces yo siempre pongo entre mis personajes a alguien que se llame Cecilia Podestá porque es como colocar a un espía, un seguro de la ficción. 

Cecilia hace constar por medio de un acta que sus personajes son una creación –lo necesita- y que la autora es ella. Detrás de esta acta hay montones de diálogos escritos en los que juega con sus personajes, dialoga y pelea con ellos, los interpela. Diálogos que jamás verán la luz.   

Mi mayor temor es que todo sea un libro y que seamos un libro abandonado

- Es un ejercicio alucinante. Es mi seguro de que ellos no existen. Es la constancia de que la autora soy yo, a no ser que un día me demuestren lo contrario. Es mi acta de salvación, en la que digo: “la autora soy yo. No jodan.”

Esta batalla con sus personajes se desborda aún más cuando escribe teatro y cuando sus personajes han tomado prestado el cuerpo de los actores.

- Sigo escribiendo teatro pero las obras tienen que quedarse en mi computadora pues cuando he visto a mis personajes en escena he tenido ataques de pánico, porque se están moviendo, son reales, me están diciendo lo que yo he escrito. En ese momento estamos compartiendo biología. Me he tenido que salir de las funciones a tomar aire porque se me hace insoportable. Dirigí dos de mis obras y me estaban matando. Dejé de hacer teatro porque es como si me voltearan la torta, como si los personajes me invirtieran la realidad. Puede parecer loco pero no soporté verlos en escena porque siento que me van reclamar y agredir, que se van a convertir en monstruos y que posiblemente terminen por derrotarme.

Dejé de hacer teatro porque es como si me voltearan la torta, como si los personajes me invirtieran la realidad

Nunca más se le ocurrió dirigir, aunque confiesa que le hubiese gustado llevar a escena algunas obras “bien perversas” que hasta ahora siguen archivadas en su computador. Allí también aguardan un poemario y una novela inconclusa que originalmente era una carta y terminó siendo una historia alimentada por una perdida personal que hasta hoy mantiene a Cecilia en vilo.

- La escribí pensando en una carta. Después me di cuenta que tenía 20 páginas, 30 páginas, luego 150, hasta que tuve que empezar a trabajarla. La segunda persona fue desapareciendo para empezar a narrar en primera persona y así llegar a contar una historia verosímil. Se trata de una mujer que vive aprisionada en su locura porque perdió a una mujer de la calle que intentó ayudar. Para mí es un tema bien delicado porque me pasó. Yo encontré a una mujer en la calle, se llamaba Doris, intenté ayudarla y la perdí. La he buscado, la sigo buscando. La novela habla de los amantes de esta mujer, de su propia locura. No es personal en muchos sentidos pero sí he usado el tema de Doris para poder hacer verosímil la desesperación de la protagonista.

La locura es un estado al que muchas veces han asociado con Cecilia, con su escritura indómita, sus performances, su forma de ser.

- La gente cree que estoy demente pero en realidad, lo juro, modestia aparte, soy la persona más lúcida que conozco. Lo digo yo, pero sí me considero una persona bastante lúcida, sé lo que hago, sé lo que quiero, no tengo dudas sobre lo que quiero y créeme estoy más lejos de la locura que de cualquier otra cosa. Tengo problemas nerviosos, ataques de pánico, fobias y otras huevadas pero la locura es algo que no me lo he permitido porque es bien fácil. Te puedes volver loco repitiendo una palabra treinta veces. Puedes inducirte a trances de locura, yo lo he hecho para ver cómo es la huevada y lo que he visto son cosas deformadas, cayéndose, gente que me habla y no la escucho bien hasta que me desespero y me doy cuenta que no puedo vivir así.

Biología y lenguaje


La inducción a la locura de la que habla Cecilia, a través de la literación del lenguaje, es parte sus indagaciones sobre las vinculaciones entre lenguaje y biología, un proyecto de tesis que tiene en mente para licenciarse, por fin – Cecilia se ha ido y ha vuelto a la universidad muchas veces- en la carrera de Literatura en la Universidad Nacional Mayor San Marcos.

Cecilia quiere desarrollar su tesis a través del diseño de varios performances sobre esa relación, a pesar de que está casi segura de que se la rechazarán.

- Yo pienso que si dios existe, es el lenguaje porque siempre estuvo ahí, o sea, siempre ha sido omnipotente y esperó los portadores adecuados: nosotros. Yo no soy teórica ni quiero serlo, quiero hacerlo con performances porque todo pasa por el cuerpo.

En consonancia con estas indagaciones Cecilia ha incorporado como línea de trabajo en su editorial Máquina purísima ediciones facsimilares de la poesía escrita a puño y letra por sus autores.

Cecilia encontró en la caligrafía un vínculo poderoso entre el lenguaje y la biología. De hecho cuenta que se ha dedicado a escribir libros enteros a mano, llegando a descubrir pequeños milagros sobre los procesos de creación de algunos autores.

- Tengo algunos ensayos poéticos secretos sobre las experiencias de haber escrito a manos textos de otros autores. Es increíble porque así he mezclado mi biología con su lenguaje y de ahí algo sale. Un coleccionista me pidió que le escriba los cinco metros de poemas de carlos. A la cuarta página lloraba porque sentía su soledad, su pobreza. Escribir los poemas a mano de otros autores es un camino para encontrar algunas de sus rutas de creación. Creo que somos máquinas viajantes de alguna cosa que no conocemos.

Escribir los poemas a mano de otros autores es un camino para encontrar algunas de sus rutas de creación

Ahora Cecilia está saliendo de un paréntesis. Ha estado en silencio un buen rato y siente que es momento de volver al ruedo: corregir su primera novela, terminar el poemario, escribir su tesis, diseñar unos performances y sobretodo escribir uno de los textos que forman parte de su trabajo periodístico enfocado en víctimas del terrorismo.

- Me he escondido en mí misma y ya es hora de salir un rato.